Chaplin: Un genio magistral (por Alejandro Rojo Vivot)

Para el insuperable Charles Spencer Chaplin (1889-1977), su primera obra hablada fue la valiente y extraordinaria humorada sobre el avance Adolfo Hitler (1889-1945) como líder político alemán: El gran dictador, estrenada el 15 de octubre de 1940 cuando Estados Unidos aún no había entrado en la II Guerra Mundial, lo que fue un impacto muy significativo en la sociedad que aborrecía al fascismo y al nazismo, adhiriendo plenamente a la libertad y a la democracia. En Argentina, muchos años después, se estrenó el 31 de mayo de 1945 luego de la reconquista de París por parte de los aliados (8 de mayo), recordando que la dictadura de ese entonces presidida por los militares Edelmiro Julián Farrell y Juan Domingo Perón, fue pro Eje, aunque fundaba públicamente que era equidistante y al final se declaró a favor de los países con gobiernos democráticos beligerantes.

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UNA OBRA GENIAL DE POCO AGRADO DE LOS DICTADORES

Chaplin, en los 124 minutos, se burló inteligentemente del autoritarismo, del bárbaro racismo y de la violencia política, incluyendo dos extraordinarios monólogos, uno de los cuales, como si fuera el dictador, expresa lo contrario a lo esperado generando humor inteligente, pues es necesario apreciarlo al revés de lo que observamos y escuchamos.

Su actuación es memorable: solo, en un primer plano, durante cuatro minutos nos sigue proponiendo, como hace ochenta años, que una sociedad de todos, sin déspotas ilustrados, es posible sin nepotismos, en justicia, republicanismo y ejerciendo el esfuerzo para lograr los méritos buscados.

Es posible que ría y lagrimee; eso está previsto pues la vida es también así.

Es para verla muchas veces: en familia, con amigos, con compañeros de trabajo, etcétera, o en soledad; siempre con el teléfono celular apagado.

Es como, por un rato, detener el mundo de corrupción, el vamos por todo, el hurto de vacunas mientras fallecen decenas de miles de personas que no lograron inocularse, muchas escuelas largamente cerradas, emprendimientos destruidos por la extensa e ineficiente cuarentena, etcétera.

En 240 segundos, una eternidad, del monólogo final donde su autor e intérprete nos interpela a través de la cámara en imágenes tan actuales en blanco y negro.

Ojalá que antes de ingresar al cuarto obscuro, en cada elección, todos los habilitados repasen este breve discurso democrático y luego voten.

“Lo siento.

Pero yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio, sino ayudar a todos si fuera posible. Blancos o negros. Judíos o gentiles. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiar ni ayudar a nadie. En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las armas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las matanzas.

Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco.

Más que máquinas necesitamos más humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura.

Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros.

Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oírme, les digo: no desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano.

El odio pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá.

No os entreguéis a eso que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen qué tenéis que hacer, qué decir y qué sentir.

Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. (…)

En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas, las fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. (…) Luchemos por el mundo de la razón.

Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.

En nombre de la democracia, debemos unirnos todos”.