Un 18 de julio: El nido de la serpiente (Por Alejandro Rojo Vivot)

El 18 de julio de 1925, hace casi 100 años, el periodista y político alemán Adolfo Hitler (1889-1945) publica su primer ensayo “Mi lucha” (Mein Kampf); mientras consolida el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán avanzando en el segundo proceso violento y autoritario del Siglo XX donde sus consecuencias fueron devastadoras.

Es una obra extensa de unas 780 páginas: (Refiriéndose a su juventud universitaria en Viena) “En aquella época abrí los ojos ante dos peligros que antes apenas conocía de nombre, y que nunca pude pensar que llegasen a tener tan espeluznante trascendencia para la vida del pueblo alemán: el marxismo y el judaísmo”. (Capítulo II).

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A raíz del ilegal y fracasado Golpe de Estado (Putsch de Múnich) (1923) es juzgado y condenado a prisión.

Es oportuno recordar que, en líneas generales, el proceso se inició en noviembre de 1919, con el derrocamiento de la monarquía constitucional, y el establecimiento de una república democrática y parlamentaria (firmada en Weimar y se siguió denominando Imperio Alemán), formalizada por la Constitución del 11 de agosto de 1919. El partido impulsado por Hitler, triunfó en las elecciones parlamentarias del 1932 que le generó una mayoría simple, asumiendo primero como Canciller; ganando nuevamente más ampliamente (44%) en las del 5 de marzo de 1933 para luego comenzar plenamente el proceso que culminará con su nefasta dictadura, ya que podían aprobar leyes sin la intervención del Poder Legislativo (Reichstag).

UNA REFLEXIÓN

Cabe tener presente que hay quienes sostienen que debería estar prohibido mencionar al dictador del pueblo alemán como resguardo de la democracia, haciendo otro tanto con Lenin, Stalin, Mao, Franco, etcétera, como sus obras escritas; entendemos que es mejor conocer y ejercer libremente con el derecho a opinar como individuos. El debate sigue abierto.

Cabe recordar que la Declaración Universal de Derechos Humanos (NU, 1948) busca formalizar los derechos individuales inalienables, dado los avasallamientos de los gobiernos autoritarios, aún muy extendidos en el Siglo XXI.

Así mismo empleó simbología específica para reforzar los demás elementos que armonizados presentaba como un todo, con excelentes resultados motivacionales.

La Cruz esvástica (Hakenkreuz), la bandera de la Alemania Nazi, etcétera.

LA OBRA

Básicamente es un plan de gobierno, desde una perspectiva mística cristiana, con detalles escalofriantes como los propios de la ideología nazista totalitaria: “El método del terror en los talleres, en las fábricas, en los locales de asambleas y en las manifestaciones en masa, ser siempre coronado por el éxito mientras no se enfrente otro terror de efectos análogos. (…)

Si el judío con la ayuda de su credo marxista llegase a conquistar las naciones del mundo, su diadema sería entonces la corona fúnebre de la humanidad y nuestro planeta volvería a rotar desierto en el éter como hace millones de años.

La Naturaleza eterna venga inexorablemente la transgresión de sus preceptos.

Así creo ahora actuar conforme a la voluntad del Supremo Creador: al defenderme del judío lucho por la obra del Señor” (Capítulo III).

Quienes apoyaron, incluyendo financiando, la conquista del poder por parte de Hitler y los ciudadanos que lo votaron en los procesos electorales, desde un primer momento tuvieron en claro la propuesta.

Luego, para consumar sus aspiraciones se apropia del poder absoluto.

LA PALABRA ARTICULADA

También detalla su estrategia de adoctrinamiento y de captación de adherentes mediante discursos tanto los expuestos en locales cerrados ante unos cientos de participantes como en espacios abiertos con la presencia de centenares de miles de presente.

“El orador se dejará influenciar siempre por la masa, de modo que, instintivamente, fluyen de sus labios justamente aquellas palabras que él necesita para tocar el alma de sus oyentes. Si ve que no le comprenden, formulará sus conceptos en formas tan primitivas y claras que indudablemente el último de todos ha de entenderle; si se percata de que no son capaces de seguirle, entonces desarrollará sus ideas tan cuidadosa y lentamente que el más supino de entre ellos no se quedará en zaga; y si, finalmente, nota que sus oyentes no parece hallarse convencidos de la veracidad de lo expuesto, optará por repetir lo mismo cuantas veces sea necesario, siempre en forma de nuevos ejemplos, refutando el mismo las objeciones que, sin serle manifestadas, capta él en el seno del auditorio, replicándolas y desmenuzándolas hasta que en definitiva, el último sector de oposición revele, a través de su actitud y de la expresión de los que la forman, que han capitulado ante la lógica argumentación del orador. (…)

He conocido a los profetas de una concepción ideológica burguesa y no me sorprende, sino que más bien comprendo ahora, por qué no dan importancia a la palabra articulada. Por entonces visité reuniones de demócratas, de nacionalistas alemanes, del partido populista alemán y del partido populista bávaro (el partido católico de Baviera). Lo que resalta a primera vista era la homogeneidad del auditorio que se componía casi exclusivamente de los miembros del respectivo partido. El conjunto, falto de toda disciplina, parecía más un club de aburridos jugadores de cartas que un mitin del pueblo que acababa de sufrir una gran revolución. [1] Los oradores mismos hacían por su parte todo lo posible para mantener esa atmósfera pacífica. Discurseaban o, mejor dicho, leían discursos del estilo de un ingenioso artículo de prensa o una disertación científica, evitando toda expresión de tono fuerte y dejando escapar sólo de vez en cuando algún chiste académico ante el cual los miembros del directorio reían consabidamente, no a carcajadas, sino con mesura y con la reserva del caso”. (Hitler, Adolf. Mi lucha. Editorial Temas Contemporáneos. Buenos Aires, Argentina. Agosto de 1983.)

Jamás hacía referencias personales, reiterados autoalardes, invocaciones incomprobables a ya fallecidos, etcétera.