NOSOTROS los Fueguinos II: Experiencias límites en el Presidio (Por Gabriel Ramonet)

Podcast de www.darlapalabra.com.ar

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Desde el punto de vista turístico, el Presidio de Ushuaia siempre fue objeto de controversias.

La idea de museo histórico, y por lo tanto de sitio recordatorio del funcionamiento de una de las instituciones fundacionales de la ciudad, fue chocando a veces con cierta banalización de los complejos acontecimientos que cobijaron las gruesas paredes del penal.


El legado literario del escritor Ricardo Rojas, perseguido político y confinado en el presidio en los años 30, o la mística del paso por el lugar del legendario anarquista Simón Radowitzky (con su fuga incluida) constituyen atractivos naturales de un sitio repleto de historias de este tipo.

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Pero las alusiones demasiado recurrentes a la figura caricaturesca del Petiso Orejudo, por citar uno de los presos más renombrados, son criticadas por quienes sostienen que se termina distorsionando (y hasta suavizando) la figura de criminales seriales y asesinos infantiles, como es el caso del mencionado Cayetano Santos Godino.


Eso desde el punto de vista de los reos, porque desde el aspecto institucional, cierto marketing turístico como la venta de remeras o uniformes a rayas, es cuestionado por los que consideran que de ese modo se deja en segundo plano el horror de las torturas, los maltratos físicos insoportables y las condiciones humanas deplorables con que convivían los internos dentro de la colonia carcelaria.

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Lejos de tomar una postura certera en este tipo de polémicas, y con la mera intención de exponer aspectos de la discusión, vamos a dar cuenta de una experiencia un tanto limítrofe que se llevó a cabo en Ushuaia, por parte de una agencia turística.


Esto que vamos a contar sucedió en 2002 pero nos consta que no fue la única vez que se hizo. No buscamos adornar el relato con juicios de valor, sino más bien efectuar una especie de crónica, para que en todo caso cada uno saque sus propias conclusiones.
“¿Sabés una cosa?, tu madre era una prostituta, por eso vos sos un hijo de re mil puta, ¿entendés?”.

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Elogios de este tipo recibieron unos ochenta turistas españoles que visitaron Ushuaia en 2002, a un precio de tres mil dólares cada uno, para terminar encerrados en los calabozos de la antigua Cárcel de Reincidentes.
No fue un chiste gallego, sino la inédita experiencia de “turismo histórico” implementada por la agencia local All Patagonia con los integrantes del contingente europeo.


Los visitantes, empleados de la empresa española de seguros Aegon, arribaron a la capital fueguina el martes 16 de abril de ese año a bordo del crucero Terraustralis, con la expectativa de vivir una “experiencia fuerte”, aunque sin saber qué les esperaba.


Lo increíble es que los trataron como auténticos criminales, pero regresaron a su país chochos de la vida.

A las siete y media de la mañana, todavía de noche, los turistas recién desembarcados fueron subidos a la caja de un camión dentro del mismo puerto, y desde allí fueron trasladados hasta el edificio del antiguo Presidio de Ushuaia, que dejó de funcionar como tal en 1947.

Al llegar, un grupo de guardiacárceles (en realidad actores locales con trajes de época, fusiles y expresión amenazante) los impusieron sobre el contenido de un supuesto edicto judicial. Según el documento, un juez había dictado la orden de detención de todo el contingente a raíz de una denuncia por presunta malversación de fondos radicada contra la empresa Aegon.

Como si se tratara de verdaderos presos peligrosos de la talla de del Petiso Orejudo, los turistas fueron arriados a los gritos hasta el patio de la cárcel y obligados por los guardias a colocarse trajes a rayas y a comprometerse a cumplir con las disposiciones de un severo reglamento interno.

Por el siguiente rato, cada empleado ganador del viaje como fruto de una competencia interna de la firma española, quedó aislado entre cuatro paredes distantes dos metros entre sí, en medio de la oscuridad y el frío. Mientras tanto, el ala deshabitada del presidio era custodiada constantemente por los vigilantes, quienes proferían insultos y amenazas al tiempo que sacudían sus bastones contra el piso metálico de los pasillos.

“Es la primera experiencia de este tipo. Estas personas ganaron lo que se llama un viaje de incentivo. Nuestro cliente, el dueño de la empresa española, pidió una experiencia fuerte para ellos. Y la tuvieron”, explicó entonces Cecilia Di Mateo, de All Patagonia.

Cuando los encerraron, algunos tenían caras de susto. No sabían bien qué pasaba. “Imaginense el momento, un lugar oscuro, sin calefacción, oyendo silbatos, órdenes, golpes, insultos. Muchos se asomaban cada tanto para ver si era cierto que le pegaban a alguien”, relató Di Mateo.
Por si el escenario no era suficiente para crear un clima lindante con el terror, ayudó el trabajo de los ocho actores (cuatro de ellos guías de turismo) que ensayaron la representación durante quince días.

En un momento simularon un intento de fuga. Un preso con acento español pretendió escaparse luego de pedir ser llevado a la enfermería argumentando una falsa dolencia. Los guardias lo interceptaron y fingieron darle una soberana paliza: “¡Dale, llamá a tu mamita ahora, hijo de puta”, gritaban para que los turistas escuchen, mientras el reo suplicaba: “No me peguen más, por favor”. De repente, el detenido dejó de hablar, y un guardia entró al calabozo y vociferó: “Pero qué me hace González, primero se le escapa y ahora lo mata. Sáquelo de acá, hágame el favor”. Y el guardia arrastró el cuerpo y cuando se fue el superior, le dijo: “¡ves, por tu culpa encima me cagan a pedos”.

En la agencia de turismo estaban sorprendidos por la repercusión de la experiencia y porque los visitantes se fueron tan conformes que antes de partir, aceptaron donar ochenta libros infantiles a la Biblioteca Popular Sarmiento.

“Les gustó mucho. Estaban contentos porque buscaban un viaje con sensaciones fuertes, inolvidables, dignas de ser recordadas”, destacó Di Mateo en 2002.

El turismo histórico, o masoquista, según se lo vea, parecía tener futuro en la ciudad. Al poco tiempo se anunciaron dos nuevos eventos similares para los meses de septiembre y noviembre del mismo año.

En diciembre de 2019, el grupo “Paranormal TDF” que se dedica a captar fenómenos paranormales en distintos ámbitos de la provincia, pasó una noche dentro del presidio. Según los resultados de la experiencia, un video registró una voz de ultratumba pronunciar los números 46 y 47, que ellos relacionaron con el preso 46, un condenado por doble homicidio que escapó en 1905 y nunca se supo más de él, y con el preso 47 del que no existirían mayores datos. El mismo grupo también asegura haber captado la voz del mismísimo Petiso Orejudo.

Desde ámbitos diferentes, las preguntas parecen las mismas, ¿cuál es el límite de la experiencia histórica? ¿hasta dónde pueden utilizarse los mismos muros que cobijaron tanto dolor y crueldad, para vivencias tan disímiles como ajenas al propósito original de mostrar testimonios de una época?

Las respuestas, claro, no las tengo yo.

*Fotos del Museo del Presidio de Ushuaia

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