BOSQUE FUEGUINO. Mitos y verdades de la prolongada y dañina presencia del castor

Ene 18, 2023 | DESTACADAS, Tierra del Fuego

Si aparecen fondos, planes binacionales para su erradicación deberían avanzar en su objetivo. De los veinte ejemplares introducidos hace 77 años, hoy son más de 200.000 las castoreras en Tierra del Fuego y el extremo austral del continente.

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En noviembre de 1946, veinte castores provenientes de Canadá fueron introducidos en el lago Fagnano. Ese día fue el comienzo de una grave y profunda problemática que afecta al bosque fueguino y que recién en los últimos años ha generado alerta en las autoridades que se dispusieron a estudiar e implementar algún tipo de plan para su remediación. 

Vale la pena conocer algunos aspectos de la historia de la introducción de esta especie exótica que tanto daño causa, sobre todo en la isla Grande de Tierra del Fuego, pero también en las islas circundantes y hasta en el continente, donde se constató su presencia hace ya varias décadas. 

Realmente la versión más difundida y conocida sobre la mala idea, es la menos verosímil, aquella que dice que cincuenta castores, veinticinco parejas, fueron introducidos durante el gobierno de Juan Domingo Perón con la intención de desarrollar una industria peletera en nuestra provincia. Ambos datos son inexactos.

En realidad, la iniciativa corresponde al gobierno de facto anterior a Perón, el que encabezara el militar Edelmiro Farrell. El plan castor tuvo su continuidad durante la presidencia del flamante líder justicialista, eso sí. El objetivo nunca fue desarrollar ninguna industria peletera, sino que la peregrina idea fue simplemente la de aportarle diversidad a la fauna local, por no decir europeizarla. 

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El daño que produce el castor en el bosque de Tierra del Fuego, a la vista.

El Gobierno argentino de entonces se contactó con el Ministerio canadiense de Recursos Naturales y la compañía Bahía de Hudson, para pedir el envío de esa remesa de castores. Frente a la respuesta negativa de los norteamericanos, se profundizaron algunas gestiones hasta dar con una persona de nombre Thomas Lamb, un verdadero experto en la re introducción del castor dentro de los ecosistemas de la propia Canadá. 

Lamb respondió al pedido argentino, pero solo pudo capturar veinte ejemplares en tres lugares: Caroline Lake, Devil’s Portage y Big Creek. Los castores fueron metidos en un tren hasta Nueva York, en un avión a Miami y en otro carguero hasta Argentina pasando por Río de Janeiro. Que hayan llegado vivos a Buenos Aires en ese noviembre de 1946, fue un claro milagro. 

Los simpáticos roedores fueron dejados literalmente en el Fagnano y nunca más nadie se ocupó de ellos, en lo que fue la única introducción conocida. Varias investigaciones no lograron hallar ninguna huella ni vestigio de alguna factoría o instalación industrial aún precaria, cuyo objetivo haya sido la explotación peletera del castor. Simplemente se introdujo.

Vino para quedarse

Afincados en Tierra del Fuego, los animalitos no tuvieron mejor idea que reproducirse hasta el hartazgo, contándose en la actualidad más de 200.000 castores en todo el sector austral.

El bosque fueguino fue un apetecible alimento y entre las especies más afectadas se encuentra la lenga, cuyas semillas no pueden germinar en terreno inundado producto de los famosos diques construidos por el animal ingeniero.

Además, como es sabido, el castor en la Patagonia austral no tiene depredadores como sí los tiene en el norte de América. Allá, el lobo lo considera un plato de segunda selección, pero plato al fin. También suele ser presa de osos, pumas, linces y hasta alligators. Sumado a la acción humana y a la industria peletera que efectivamente existe en Norteamérica, el castor allá nunca fue plaga y siempre se mantuvo a raya.

Aquí, justamente por no tener enemigos, es que pudo adaptarse inclusive a las zonas de la estepa del norte de Tierra del Fuego, lo que hace presumir a los investigadores que el preferido hábitat boscoso del castor responde solamente a una cuestión de seguridad. 

En la década del ‘80 del siglo pasado, algunas autoridades parecieron despertar e implementaron planes de control de la plaga, no de erradicación. El resultado fue pobre, apenas un puñado de cazadores que, motivados por las recompensas, disponían trampas para atraparlos en los lugares más accesibles y cercanos, contrariamente a lo que ocurría en Canadá donde los cazadores se adentran en el bosque para buscarlos en cantidades.

La constatación de la llegada del castor al continente -en 1994 en la laguna Parrillar de la península de Brunswick- llevó por fin a los gobiernos de ambas naciones a decidirse por estudiar profundamente el tema e implementar planes serios para su definitiva erradicación. 

Esos planes están en vigencia, aunque su ejecución es incierta e intermitente, en tanto pueden contar con los fondos para ello, lo que no ocurre con la regularidad esperada para poder realmente resolver el problema y abocarse a la regeneración de un bosque mortalmente herido por caprichosas ideas del pasado.

(Fuente y fotos: Crónicas de fauna)

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