Estrictamente, plantean comprar el voto de cada kelper para que se autodetermine argentino. Suponen que, con un gobierno como el de Milei, la población británica aceptaría cambiar de bandera. Eso sí, con una base militar de EEUU en Ushuaia.
Federico Domínguez, emprendedor, asesor financiero y entusiasta del absurdo diplomático, presenta una idea revolucionaria en su artículo titulado «Compremos las Malvinas ¿si Trump se plantea comprar Groenlandia, sería disparatado pensar en comprar las Islas Malvinas?» y que publica el medio El Economista.
Inspirado por las adquisiciones territoriales del siglo XIX y los caprichos contemporáneos de líderes globales como Donald Trump, Domínguez plantea una estrategia digna de un thriller de ciencia ficción: ofrecer 4.000 millones de dólares para comprar los votos de los 3.700 habitantes de las islas y convencerlos de autodeterminarse argentinos. Todo esto, por supuesto, con la instalación de una base militar estadounidense en Ushuaia como garantía para los intereses geopolíticos de Occidente.
Si Thomas Jefferson levantara la cabeza, seguramente no podría contener su admiración ante semejante reinterpretación de la historia.
Domínguez abre su razonamiento invocando la compra de Louisiana en 1803, como si el río Misisipi y la estepa patagónica tuvieran algo en común más allá del oxígeno que comparten en el planeta Tierra.
La analogía continúa con la adquisición de Alaska, Florida y hasta Groenlandia, en un intento de equiparar el pragmatismo estadounidense con la supuesta capacidad argentina para negociar con Londres y los isleños, como si fueran simples números en una hoja de cálculo.
El núcleo de la propuesta es casi poético: ofrecer dos millones de dólares por habitante para persuadirlos de votar a favor de la soberanía argentina en un referéndum. «US$ 85 por argentino», calcula Domínguez, como si el monto fuera un sencillo aporte patriótico comparable a comprar una camiseta de la Selección.
Claro que esto supone que los kelpers, orgullosos de su identidad británica, estarían dispuestos a traicionar sus principios seculares a cambio de un cheque, cual protagonistas de una novela barata.
La propuesta no se detiene allí. Domínguez agrega una generosa exención impositiva a caballo del sub régimen promocional fueguino -que tanto combaten en Buenos Aires- y la promesa de mantener su autonomía cultural, como si Tierra del Fuego fuera un edén libertario esperando a ser descubierto.
Pero su real golpe maestro radica en la propuesta «geopolítica»: construir una base militar estadounidense en Ushuaia como moneda de cambio por desmantelar la actual en Malvinas. Según él, esto consolidaría a Argentina como un socio estratégico de Estados Unidos, poniendo al país al nivel de potencias como Alemania o Japón. El detalle de que esta idea implica entregar la soberanía nacional a cambio de un espejismo diplomático, no parece ser relevante.
El autor admite que su idea tiene «bajas chances de prosperar», un eufemismo tan exquisito como decir que el Titanic tuvo un «percance menor» en su travesía inaugural. Pero insiste en que el solo hecho de plantearlo «enviaría un mensaje claro» y fomentaría debates familiares entre los isleños, quienes aparentemente pasarían de venerar a la reina Isabel II a calcular cómo invertirían su bono Malvinas.
El verdadero logro de Domínguez no es su propuesta en sí, sino su capacidad para convertir un tema tan sensible como la soberanía nacional en una caricatura de manual. Al final, su visión parece más un ejercicio de economía creativa que una propuesta seria. «Como democracia liberal moderna que somos», afirma, con un optimismo que raya en la negación de la realidad.
La conclusión inevitable es que el artículo no solo subestima la complejidad histórica, cultural y geopolítica del conflicto por las Malvinas, sino que también ridiculiza, quizás involuntariamente, la capacidad de análisis de sus lectores.
Si alguna vez hubo una fórmula mágica para resolver problemas internacionales con una mezcla de billetes y bases militares, Domínguez parece haberla encontrado en su máquina de fantasías. Mientras tanto, los argentinos seguimos buscando soluciones reales y responsables para una causa que trasciende los límites del mercado de capitales y las calculadoras financieras.