El Combate Final (por Alejandro Rojo Vivot)

“Miserables de aquellos que vacilan cuando la tiranía se ceba en las entrañas de la patria”. Esteban Echeverría (1805-1851)

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Las primeras luces del amanecer aún se intuyen pues la primavera está en sus comienzos y las bajas montañas de Andorra todavía se imponen. El centro de Ushuaia en gran parte duerme o toma un café en alguna esquina.

La interminable guerra –que ya nadie recuerda cuándo comenzó– ha devastado por completo a casi todos los laboriosos habitantes de la región. Lo que tiempo atrás fue una próspera y feliz comarca ahora es un cementerio viviente, habitado por los pocos que aun esperan el embate final por parte del enemigo que, un día u otro, acabará definitivamente con los antiguos moradores del riquísimo y fértil valle o significará, si vencen los defensores, su independencia.

El grupo se mantiene unido y dispuesto a librar juntos el combate final. Pero también son conscientes de sus escasas fuerzas y su casi nula capacidad bélica, que comparadas con las modernas armas empleadas por el invasor resultaría irrisorio poseer esperanza alguna de lograr el triunfo completo que los conduciría a afianzar la vida y el trabajo en la tierra de sus padres.

La desigualdad de poderío no los detendrá ante la idea –por descabellada que sea– de librar la última y definitiva batalla contra el invasor, antes que rendirse y padecer el confinamiento o simplemente ser aniquilados sin haberse defendido hasta derramar la última gota de vida.

Hay quienes prefieren vivir subyugados que morir luchando por la libertad, sin darse cuenta que vivir oprimido es morir de la peor muerte pues es existir muriendo y nunca terminar de sufrir.

¿Cuántas veces supusimos que puede haber tiranos buenos y tiranos malos? La falta de libertad, aunque sea en un solo aspecto es suficiente opresión aunque haya, además, otros enemigos.

¿Cuántas veces nos dijeron que la violencia conduce a la paz?

La anterior batalla fue feroz y concluyó cuando la caída del Sol decretó una momentánea tregua ya que, a causa de la nula visibilidad por la ausencia de la Luna los invasores se retiraron silenciosamente.

Todos sabemos perfectamente que cuando la claridad del nuevo día orille el horizonte comenzará a librarse el combate final.

Al principio, algunos opinaban que el sacrificio de resistir era inútil pues nunca lograríamos vencer al invasor y por lo tanto no podríamos vivir y trabajar en paz, con el agravante de que la lucha significaría la destrucción de todo lo que poseíamos, como si un sacrificio de esta índole estaría condicionado tan solo por beneficios materiales y no una aspiración mucho más profunda, como es la de vivir en libertad.

Vivir en libertad no es –y no lo ha sido jamás– un capricho de nadie, pues la misma es parte integrante nuestra como lo es la cabeza del cuerpo. ¿Por qué entonces algunos gozan de libertad y otros padecen sometimientos aberrantes que atentan contra la dignidad individual y colectiva?

¡Sí!, es tan indigno de su esencia el que no brega por su auténtica libertad como aquel que lucha por someter al otro. La carencia individual de la libertad atenta contra la dignidad grupal de la misma manera que si suprimiéramos la letra a de todo un texto; quedaría casi completo pero sería una aberración.

Si en un grupo uno de sus miembros no goza de libertad a causa de un sometimiento, todos no percibirán en sí mismos la libertad; es como si nos ataran fuertemente una pierna a una firme estaca y nos dijeran “camine a donde quiera”.

Al pertenecer todos a un determinado grupo o comunidad –por grande o pequeña que sea– nuestra libertad está en muy estrecha relación al goce de la misma por el resto de los integrantes.

El grupo no pierde instante pues la noche avanza y es preciso estar listos para, al amanecer, librar el combate final, que no será el último suspiro de un moribundo sino el recio contragolpe de un animal herido de muerte.

Asistir como sea posible a los contusos es la tarea primordial a que se ha abocado el grupo, debido a que mañana, heridos y sanos, librarán juntos el audaz golpe que los llevará a la victoria definitiva o a la extinción total.

Gran parte de la historia su puede reunir bajo el epígrafe de la lucha por la independencia de los pueblos y del bregar por independizarse de los demás.

A lo largo de los siglos –donde muy de vez en cuando estalló la paz– se han llegado a cometer enormes aberraciones dominando a los demás. En nombre de los intereses materiales o de las ideas se convirtió a las tierras fértiles en campos bañados de dolor y miseria. Hoy en día hay quienes siguen invadiendo enarbolando consignas de paz y de progreso.

¡Qué difícil es comprender a los que destruyendo quieren construir!

En lo que antes de la invasión fue un bello, amplio y confortable sitio de trabajo para todos los integrantes del grupo, ahora se erigen ruinas por doquier como símbolo de la destrucción y triste monumento para quienes siguen sosteniendo que aniquilando o dominando se puede construir la paz.

¡Qué poca idea del arte tuvo quien afirmó que la guerra es un arte!

Las horas nocturnas han transcurrido en aparente calma –como la tranquilidad con que se custodia un polvorín en la primera línea del frente de guerra–, en donde todos tratan de descansar para recobrarse para estar listos en el momento que sea necesario librar el combate final.

Luego de recorrer –sin suerte alguna– con sus más cercanos colaboradores, la zona donde hubo enfrentamientos, en busca de heridos para brindarles socorro y transportarlos a un sitio seguro, la anciana líder se hizo presente sin que nada previo anunciara su arribo al punto de reunión.

Al terminar de conversar brevemente con cada uno de los presentes se ubicó sobre un promontorio para poder dominar mejor la escena y se dirigió a todos por igual, una vez que el silencio general le indicó que podía comenzar.

–Ayer hemos librado, juntos, una etapa más de la ya prolongada lucha que mantenemos ancestralmente contra el invasor; a nadie le quepa duda que nosotros llegamos mucho antes que ellos y que no hacemos otra cosa que trabajar en lo que sabemos hacer. Siempre en paz y tratando de acomodarnos a los intereses de otros, inclusive cuando los invasores se instalaron como si fueran los soberanos del universo. Siempre tratan de imponerse con las mayores bajezas de quienes se creen seres superiores; alguien los engañó una vez y ellos se la creyeron para siempre, inclusive cuando se autodestruyen.

La asamblea de asistentes estaba expectante y reafirmaba su adhesión a las palabras que escuchaba.

–En estos feraces campos –que por generaciones nos han alimentado gracias al esfuerzo de todos– ahora ha llegado el momento de sostener el combate final. Por lo que es preciso –y sé que no es necesario decírselos– que al despuntar el Sol debemos estar prevenidos para que, cuando el opresor insista en su demoledor ataque, poder dar la vida –si es preciso– con tal de lograr el desarrollo en libertad; de nada nos servirá existir si no estamos dispuestos a desenvolvernos de acuerdo a nuestras ideales y a morir por defenderlos. También sabemos que la historia –que observa desde un sitial más sereno– comprenderá cabalmente nuestras aspiraciones que, sencillamente, son la de vivir y trabajar sin depender de nadie; tampoco queremos entregar compulsivamente parte del fruto de nuestra labor en común a quienes no han participado en la elaboración del mismo ni nos brindan beneficio alguno. Y lo que es más grave aún es que, los mismos que por siglos nos han colonizado, ahora intentan aniquilarnos a todos por igual por habernos revelado ante esta situación de injusticia.

¿Qué argumentos podemos esgrimir ante tal irracional ataque? Ladrones, son ladrones que se introducen a la fuerza en nuestra comunidad y nos roban todo lo que pueden sin importarles el daño que nos ocasionan. Nos arrebatan nuestro alimento como si fueran los propietarios. ¡Ladrones! Todos tienen que tener en claro quién es nuestro enemigo por más que se disfrace de más inteligente, inclusive para aniquilar.

La fuerza del poder nunca puede reemplazar las razones.

Las últimas palabras quedaron flotando en el aire como una espesa nube en la alta montaña. Todos sintieron que les volvía la energía y el convencimiento que es necesario persistir; más ahora que se aproxima el combate final. Es formidable el efecto de la comunicación pues, cuando las partes son proclives, se pueden producir fantásticos intercambios y construcciones colectivas de gran riqueza. Por eso nadie es dueño de ninguna idea tan sólo puede ser un adecuado administrador del desarrollo. Hasta el más insignificante ser vivo tiene algo que aportar por lo que es poco inteligente suponerse superior o soberano absoluto.

Los que más tienen más deben. El grupo está perfectamente convencido por qué lucha; no tiene ningún resentimiento. Por eso está íntimamente preparado para librar el combate final. También sabe que tienen muy pocas probabilidades de vencer, pero por eso no altera su resolución. Si lo dejan trabajar en libertad puede aportar mucho. El problema es cuando alguien se erige en dominador como si fuera dueño de una única verdad.

La tolerancia y la diversidad tienen que ser valores que sostengan todo el accionar; entonces la paz será posible. El héroe es el que día a día busca lo mejor posible, más allá de los problemas que deba enfrentar. El instinto propende siempre a construir, como una fuerza irrefrenable; la inteligencia, muchas veces, distorsiona lo simple y complica la existencia propia y la de los demás; también es capaz de atroces aberraciones. Los tibios y los cobardes se adaptan siempre aun a costa de relegar parte de la independencia; la libertad ejercida plenamente es lo que nos hace felices e íntegros. Las rosas saben qué hacer, las gaviotas saben qué hacer… todos sabemos qué hacer y no es necesario que nadie decida como un autócrata, por más enemigos que haya neutralizado y beneficios haya distribuido.

En conmovedor silencio un cortejo se aleja sorteando escombros y ruinas deformes, en busca de un sitio en donde poder depositar los inmóviles cuerpos de sus camaradas, para permitirles descansar para siempre de las batallas que libraron y que ya no participarán más. Los expectantes centinelas –que respetuosamente se cuadraron al paso de la larga procesión– despiden con triste mirada a sus compañeros caídos en la víspera, mientras los árboles del bosque, las aguas del arroyo próximo, las piedras del camino y las flores de los jardines cercanos comienzan a respirar los primeros vapores matinales que como fragante perfume todo lo revive. En el horizonte el Sol refulgente clama ardorosamente por su reincidente nacimiento que el incipiente día festeja con fuerza. Todo recobra su fuerza adormilada; la vida continúa. El aire del amanecer, que parece más puro, impulsa a la mañana en su camino hacia el mediodía. Pareciera que renacen las esperanzas de libertad. El movimiento es febril; todos se preparan. El clímax llegó a su máxima expresión. Todo está listo.

Los hombres se aproximan sosteniendo poderosos insecticidas mientras los habitantes de la colmena, al mando de su líder, la reina, se aprestan a librar el combate final.